Por Marcela Arrigazzi
Especialista en Medicina Interna
Con frecuencia grandes remedios están a nuestro alcance sin advertirlos. La vitamina D es un ejemplo de ello. En efecto, para su fabricación nuestro organismo requiere de la luz del sol y del colesterol (últimamente caído en desgracia y tema de otro artículo). El 85% de lo que nuestro cuerpo necesita de esta vitamina lo sintetiza cuando tiene una adecuada exposición solar y el 15% restante lo incorpora con los alimentos.
La manera antinatural en que el hombre ha desarrollado su vida en las últimas décadas permaneciendo demasiadas horas bajo techo, sin exponerse a la luz solar, es posiblemente la principal causa (además de otros factores) de la verdadera epidemia mundial de hipovitaminosis D (niveles escasos o insuficientes de esta vitamina). Se calcula que aproximadamente el 40% de los ancianos de Europa y EE.UU. que viven en ciudades y no residen en geriátricos tienen bajos niveles de vitamina D. Estas cifras son similares en poblaciones de niños, adultos jóvenes e incluso en mujeres posmenopáusicas que reciben tratamiento para la osteoporosis. Otro de los factores que ha contribuido a esta deficiencia vitamínica es la mala prensa que ha tenido el “tomar sol” en los últimos años, y aquí cabe aclarar que “exponerse al sol” no es equivalente a lo que entendemos por “tomar sol” (lo cual sí predispone al desarrollo de enfermedades en la piel). Para poder fabricar vitamina D, de modo general podríamos decir que basta con exponer áreas grandes de la piel, sin ropa (abdomen, pecho espalda, muslos), durante 5 a 20 minutos diarios, lo cual puede hacerse incluso en el interior del hogar a través de un ventanal de vidrio. La variación del tiempo necesario de exposición se debe a diversos factores: estación del año, latitud, edad, etc., ya que la capacidad de fabricarla disminuye, por ejemplo, con la edad y también al alejarnos del Ecuador. La exposición es apropiada durante las primeras horas de la mañana o las últimas de la tarde, cuando los rayos no inciden verticalmente.
Actualmente es muy importante solicitar un dosaje de vitamina D (25 – hidroxicolecalciferol) en los análisis de sangre de rutina de cualquier persona, pero es imprescindible incluirlo en los casos de: ancianos, mujeres posmenopáusicas, personas que viven en grandes ciudades o permanecen la mayor parte del día en ambientes cerrados, cualquier portador de una enfermedad autoinmune o cáncer y, obviamente, aquellas personas que padecen afecciones que provocan per se un déficit de vitamina D (insuficiencia renal crónica, síndrome nefrótico, síndrome de malaabsorción, insuficiencia hepática, etc.).
Existe consenso de que los niveles deseables de vitamina D para que una persona permanezca sana deben superar los 30 ng/ml, y si padece una enfermedad crónica, como cáncer, esclerosis múltiple o una colagenopatía (por ejemplo, esclerodermia, artritis rematoidea, etc.), deben ser aún mayores, en este sentido se sugieren niveles superiores a 40 a 60 ng/ml.
La tradicional y conocida función que tiene la vitamina D de absorber a nivel renal el calcio y a nivel intestinal el calcio y el fósforo contenido en los alimentos que consumimos es la razón por la que históricamente se indicaba su suplementación (y dosaje en sangre) a las mujeres posmenopáusicas para el tratamiento de la osteoporosis. Sin embargo, desde hace décadas sabemos que dicha vitamina tiene funciones mucho más trascendentes, entre las que mencionaremos sólo algunas para poner de manifiesto de manera breve su importante papel en el mantenimiento de nuestra salud.
La vitamina D es un regulador de nuestro sistema inmune: se sabe que las personas que poseen niveles insuficientes son más propensas a desarrollar una enfermedad autoinmune (como, por ejemplo, el lupus). Asimismo es antitumoral, ya que regula los genes que intervienen en la proliferación celular e inhibe la angiogénesis, además de inducir la apoptosis (muerte celular programada, mecanismo que perdieron las células tumorales).
También cumple una función protectora cardiovascular: es anti-hipertensiva al inhibir la síntesis de renina; además, estimula la producción de insulina, previniendo la aparición de un síndrome metabólico. Y como si fuera poco, se sabe que las personas que tienen déficit de esta vitamina son más proclives a sufrir depresión, enfermedades neurodegenerativas, dolores crónicos e infecciones.
Con respecto a los dolores crónicos, hay varios estudios que revelan que más del 90% de las personas que ingresan a una guardia por un cuadro de dolor muscular o articular (sin sufrir un traumatismo) y tienen diagnóstico de base de fibromialgia, síndrome de fatiga crónica y/o depresión, poseían valores insuficientes de vitamina D.
La síntesis endógena que, como vimos, depende del sol, muchas veces no es suficiente para mantener niveles deseables, sobre todo en pacientes que tienen contraindicada la exposición a los rayos UV. En esos casos es necesario recurrir a suplementos para llegar a concentraciones óptimas.
Aunque se mencionó que el aporte de vitamina D a través de los alimentos es un pequeño porcentaje del requerimiento total, no es ocioso enumerar los alimentos más ricos que la contienen; son los pescados grasos y de vida libre (salmón, sardina, atún, bacalao, etc.), la yema de huevo y los hongos, como el shiitake.
Por lo anteriormente expuesto, concluimos que la vitamina D es fundamental no sólo para conservar la fortaleza de nuestro esqueleto óseo sino también para disminuir el riesgo y/o ayudar a combatir enfermedades autoinmunes, cardiovasculares, infecciosas y tumorales, entre otras. A causa de la tristemente célebre “patología” de moda, es que en el último año ha reverdecido el interés y uso de la vitamina D gracias a su rol como regulador de la inmunidad
La forma de administración, ya sea en bolos mensuales, semanales o dosis diarias depende de cada profesional y de la historia clínica de cada individuo.
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